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Evangelio de hoy jueves, 07 de Agosto

  • Foto del escritor: coriesucm
    coriesucm
  • 7 ago
  • 4 Min. de lectura


Lectura I

Números 20, 1-13


El mes primero, la comunidad entera de los hijos de Israel llegó al desierto de Sin, y el pueblo se instaló en Cades. Allí murió María y allí la enterraron.


Entonces le faltó agua al pueblo, y amotinándose contra Moisés y Aarón, les dijeron: “¡Ojalá hubiéramos muerto en la paz del Señor, como nuestros hermanos! ¿Por qué han traído a la comunidad del Señor a este desierto, para que muramos en él nosotros y nuestro ganado? ¿Por qué nos han sacado de Egipto, para traernos a este horrible sitio, que no se puede cultivar, que no tiene higueras ni viñas ni granados, ni siquiera agua para beber?”


Moisés y Aarón se apartaron de la comunidad, se dirigieron a la tienda de la reunión y ahí se postraron rostro en tierra. La gloria del Señor se les apareció y el Señor le dijo a Moisés: “Toma la vara; reúne, con tu hermano Aarón, a la asamblea, y en presencia de ellos ordena a la roca que dé agua, y sacarás agua de la roca, para darles de beber a ellos y a sus ganados”.

Moisés tomó la vara, que estaba colocada en la presencia del Señor, como él se lo había ordenado, y con la ayuda de Aarón, convocó a la comunidad delante de la roca y les dijo: “Escúchenme, rebeldes. ¿Creen que podemos hacer brotar agua de esta roca para ustedes?” Moisés alzó el brazo y golpeó dos veces la roca con la vara y brotó agua tan abundante, que bebió toda la multitud y su ganado.


El Señor les dijo luego a Moisés y Aarón: “Por no haber confiado en mí, por no haber reconocido mi santidad en presencia de los hijos de Israel, no harán entrar a esta comunidad en la tierra que les he prometido”.


Ésta es la fuente de Meribá (es decir, de la Discusión), donde los hijos de Israel protestaron contra el Señor y donde él les dio una prueba de su santidad.


Salmo Responsorial

Del Salmo 94

R. Señor, que no seamos sordos a tu voz. 


Vengan, lancemos vivas al Señor,

aclamemos al Dios que nos salva.

Acerquémonos a él, llenos de júbilo, 

y démosle gracias.

R. Señor, que no seamos sordos a tu voz.


Vengan y puestos de rodillas, 

adoremos y bendigamos al Señor, que nos hizo,

pues él es nuestro Dios y nosotros, su pueblo; 

él nuestro pastor y nosotros, sus ovejas.

R. Señor, que no seamos sordos a tu voz.


Hagámosle caso al Señor, que nos dice: 

“No endurezcan su corazón,

como el día de la rebelión en el desierto,

cuando sus padres dudaron de mí, 

aunque habían visto mis obras”.

R. Señor, que no seamos sordos a tu voz.


Aclamación antes del Evangelio

Mateo 16, 18

R. Aleluya, aleluya.

Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia,

y los poderes del infierno

no prevalecerán sobre ella, dice el Señor.

R. Aleluya.


Evangelio según San Mateo 16, 13-23


En aquel tiempo, cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?” Ellos le respondieron: “Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o alguno de los profetas”.


Luego les preguntó: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.

Jesús le dijo entonces: “¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre, que está en los cielos! Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo”. Y les ordenó a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías.


A partir de entonces, comenzó Jesús a anunciar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén para padecer allí mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que tenía que ser condenado a muerte y resucitar al tercer día.


Pedro se lo llevó aparte y trató de disuadirlo, diciéndole: “No lo permita Dios, Señor. Eso no te puede suceder a ti”. Pero Jesús se volvió a Pedro y le dijo: “¡Apártate de mí, Satanás, y no intentes hacerme tropezar en mi camino, porque tu modo de pensar no es el de Dios, sino el de los hombres!”


Reflexión


En este evangelio, Pedro se convierte en protagonista de dos momentos radicalmente opuestos: primero, es proclamado como “piedra” sobre la que Jesús edificará su Iglesia; y poco después, recibe una de las correcciones más duras del Evangelio: “¡Apártate de mí, Satanás!”.


Este contraste tan fuerte revela una verdad esencial de la vida cristiana: podemos ser dóciles instrumentos de Dios cuando nos abrimos a Su revelación, y al mismo tiempo, convertirnos en obstáculos si nos dejamos guiar por nuestros criterios humanos.


Pedro, por amor, quiso evitar el sufrimiento del Maestro. Pero ese amor, no iluminado por la fe, se vuelve una tentación. El demonio no siempre se presenta con odio o violencia, a veces se disfraza de compasión mal dirigida, de un deseo de protección que evita la cruz.


Jesús no rechaza a Pedro como persona, sino su pensamiento mundano. Le muestra con claridad que no hay resurrección sin pasión, ni gloria sin cruz.


Esta escena nos invita a examinar nuestras propias actitudes ante el sufrimiento, la obediencia y la voluntad de Dios. ¿Somos “piedra firme” que edifica, o “piedra de tropiezo” cuando queremos un Cristo sin cruz?


La fe madura no es aquella que solo confiesa a Jesús como el Mesías, sino aquella que camina con Él hasta el Calvario, confiando en que solo el amor que se entrega hasta el extremo es capaz de salvar.


Oración


Señor Jesús,

enséñame a pensar como Tú.

Que no tema a la cruz,

ni me oponga a tu voluntad.

Hazme piedra que edifica

y no tropiezo en tu camino.

Amén.

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