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Lecturas de hoy martes,  04 de Agosto

  • Foto del escritor: coriesucm
    coriesucm
  • 5 ago
  • 4 Min. de lectura

Lectura I

Números 12, 1-13

En aquellos días, María y Aarón criticaron a Moisés porque había tomado por esposa a una mujer extranjera. Decían: “¿Acaso el Señor le ha hablado solamente a Moisés? ¿Acaso no nos ha hablado también a nosotros?” Y el Señor los oyó. Moisés era el hombre más humilde de la tierra.

De repente, el Señor les dijo a Moisés, a Aarón y a María: “Vayan los tres a la tienda de la reunión”. Y fueron los tres. Bajó el Señor en la columna de nube y se quedó en la puerta de la tienda. Llamó a Aarón y a María, y los dos se acercaron.

El Señor les dijo: “Escuchen mis palabras. Cuando hay un profeta entre ustedes, yo me comunico con él por medio de visiones y de sueños. Pero con Moisés, mi siervo, es muy distinto: él es el siervo más fiel de mi casa; yo hablo con él cara a cara, abiertamente y sin secretos, y él contempla cara a cara al Señor. ¿Por qué, pues, se han atrevido ustedes a criticar a mi siervo, Moisés?”

Y la ira del Señor se encendió contra ellos. Cuando él se fue y la nube se retiró de encima de la tienda, María estaba leprosa, blanca como la nieve. Aarón se volvió hacia María y vio que estaba leprosa.

Entonces Aarón le dijo a Moisés: “Perdónanos, Señor nuestro, el pecado que neciamente hemos cometido. Que no sea María como quien nace muerta del seno de su madre; mira su carne ya medio consumida por la lepra”. Entonces Moisés clamó al Señor, diciendo: “Señor, ¡cúrala por favor!”


Salmo Responsorial

Del Salmo 50

R. (cf 3a) Misericordia, Señor, hemos pecado.


Por tu inmensa compasión y misericordia,

Señor, apiádate de mí y olvida mis ofensas.

Lávame bien de todos mis delitos

y purifícame de mis pecados. 

R. Misericordia, Señor, hemos pecado.


Puesto que reconozco mis culpas,

tengo siempre presentes mis pecados.

Contra ti solo pequé, Señor,

haciendo lo que a tus ojos era malo. 

R. Misericordia, Señor, hemos pecado.


Es justa tu sentencia 

y eres justo, Señor, al castigarme. 

Nací en la iniquidad, 

y pecador me concibió mi madre. 

R. Misericordia, Señor, hemos pecado.


Crea en mí, Señor, un corazón puro,

un espíritu nuevo para cumplir tus

mandamientos.

No me arrojes, Señor, lejos de ti, 

ni retires de mí tu santo espíritu. 

R. Misericordia, Señor, hemos pecado.


Aclamación antes del Evangelio

Juan 1, 49

R. Aleluya, aleluya.

Maestro, tú eres el Hijo de Dios,

tú eres el rey de Israel.

R. Aleluya.



Evangelio según San Mateo 14, 22-36


En aquel tiempo, inmediatamente después de la multiplicación de los panes, Jesús hizo que sus discípulos subieran a la barca y se dirigieran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedirla, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba él solo allí.

Entre tanto, la barca iba ya muy lejos de la costa y las olas la sacudían, porque el viento era contrario. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el agua. Los discípulos, al verlo andar sobre el agua, se espantaron y decían: “¡Es un fantasma!” Y daban gritos de terror. Pero Jesús les dijo enseguida: “Tranquilícense y no teman. Soy yo”.

Entonces le dijo Pedro: “Señor, si eres tú, mándame ir a ti caminando sobre el agua”. Jesús le contestó: “Ven”. Pedro bajó de la barca y comenzó a caminar sobre el agua hacia Jesús; pero al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, comenzó a hundirse y gritó: “¡Sálvame, Señor!” Inmediatamente Jesús le tendió la mano, lo sostuvo y le dijo: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”


En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en la barca se postraron ante Jesús, diciendo: “Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios”.

Terminada la travesía, llegaron a Genesaret. Apenas lo reconocieron los habitantes de aquel lugar, pregonaron la noticia por toda la región y le trajeron a todos los enfermos. Le pedían que los dejara tocar siquiera el borde de su manto; y cuantos lo tocaron, quedaron curados.


Reflexión


La vida cristiana es una travesía entre tormentas. Así como los discípulos remaban en medio de la noche contra vientos contrarios, también nosotros navegamos a veces por aguas agitadas: dudas, enfermedades, pérdidas, soledad o el peso del pecado. Pero es en medio de esa oscuridad donde Jesús se manifiesta. No llega cuando todo está en calma, sino camina hacia nosotros sobre las aguas mismas del temor.


Pedro representa a cada uno de nosotros. Oímos la voz del Señor que dice “Ven” y, con fe inicial, salimos de la seguridad de nuestra barca. Pero al ver la fuerza del viento, dudamos. La fe se mezcla con miedo, y comenzamos a hundirnos. Y es ahí donde ocurre el milagro más íntimo: no cuando Pedro caminó, sino cuando gritó “¡Sálvame, Señor!”. Porque ese grito humilde y desesperado es la oración que abre el corazón de Dios.


Jesús no regaña antes de salvar. Primero extiende su mano, firme y amorosa, y solo después le pregunta: “¿Por qué dudaste?”. Su misericordia es más rápida que su corrección. No espera a que tengamos fe perfecta, sino que actúa desde su amor incondicional. Él no se aleja de los que caen, sino que se acerca a rescatarlos.


Hoy, contemplemos esa mano tendida. Esa luz que brilla en medio del mar oscuro. Porque no hay noche tan densa, ni tormenta tan fuerte, ni miedo tan profundo, que impidan a Cristo llegar hasta nosotros. Y cuando Él sube a nuestra barca, la paz regresa.


Oración


Señor Jesús,

cuando las olas del miedo me envuelvan

y mi fe tiemble ante el viento,

extiende tu mano y sálvame.

Que no dude de tu amor,

ni olvide que caminas conmigo,

incluso sobre las aguas más oscuras.

Amén.


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